Cuándo me gradué, escuché atentamente este juramento, jamás había entrecruzado sus frases y señas, hasta ese momento. Como juegos de legos o tablas matemáticas, interpreté y razone el servicio y su propósito.
Ser veterinario es entender el lenguaje corporal de los animales, pedidos mudos de ayuda, interpretar gestos y actitudes de dolor, y conocer la forma de aliviarlos.
Es tener el coraje de penetrar en un mundo diferente y ser igual.
Es tener capacidad de comprender gratitudes mudas, sin duda alguna, las únicas verdaderas del día a día, entre consultas y tratamientos, convivir lado a lado con enseñanzas profundas sobre amor y vida.
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